Cuentos para niños
Resumen del Libro
Cuentos para niños. Luis Coloma Fragmento de la obra Historia de un cuento A un crítico de diez años que encuentra mis cuentos "my vomitos" I Sembrad en los niños la idea, aunque no la entiendan: los años se encargarán de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su corazón. Había en casa de mis padres un bonito jardín, que separaba la cuadra y cochera del resto del edificio. Levantábase en el centro una glorieta circular, y salían de ella varias callecitas sombreadas por parras y rosales, que iban a terminar en preciosos arriates, caprichosamente cerrados con verjas. En uno de éstos, en que no habían sembrado planta ninguna, guardaba yo dos cabritas, regalo de mi abuela, de quien siempre fui el nieto predilecto. Estos inofensivos animalitos tenían un enemigo encarnizado en la persona de doña Mariquita, anciana ama de llaves, que desempeñaba este cargo en mi casa hacía veintidós años. Según ella, nada bueno podía esperarse de unos animalitos, que tenían con el diablo el peligroso punto de contacto de poseer como él cuernos y rabo. Mis relaciones con doña Mariquita no eran muy cordiales: la disciplina doméstica, quebrantada a veces por mis cabras, y sobre todo, un individuo de la raza felina, un gato pardo, llamado Pilitón, en quien tenía ella puestos sus cinco sentidos, eran entre nosotros la manzana de la discordia. Solía yo cogerle por una pata sin el menor miramiento, y haciéndole sentar sobre sus cuartos traseros, le preguntaba muy serio: —Pilitón... ¿quieres ir a la escuela? Pisábale entonces el rabo con disimulo, y Pilitón mayaba furiosamente. —¿Lo ves? —gritaba yo a doña Mariquita— ¿lo ves como Pilitón es un flojo que no quiere estudiar?... Doña Mariquita corría detrás de mí, llamándome Nerón, y yo me refugiaba en cualquier asilo, mientras el señor Pilitón se atusaba los bigotes, erizados de cólera por mi falta de respeto a las conveniencias sociales. Un día vino a verme mi amigo Juan Manuel, y entre los dos cometimos una iniquidad horrible, que tuvo a poco providencial castigo: atamos al rabo de don Pilitón un triquitraque de a dos cuartos, y le prendimos fuego. El pobre animal huyó desatentado a refugiarse entre las enaguas de su dueña, que a poco más se inflaman, como se inflamó su cólera al ver chamuscado el rabo de su gato. Presentose a mi madre pidiendo justicia, y en un enérgico discurso probó hasta la evidencia mi complicidad en el atentado; y extendiéndose luego sobre el influjo de las malas compañías, vaticinó mi pronta e inevitable muerte en lo alto de un patíbulo, si continuaba siendo el Orestes de aquel maléfico Pilades, tan aficionado a la pirotecnia.
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Total de páginas 62
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